Desde la infancia, muchas de nuestras necesidades han sido cubiertas a través de la ciencia. Algunos avances han sido vitales, como los que condujeron a la cura de enfermedades antes mortales, o a la prevención de ellas a través de vacunas. Otros han mejorado nuestra calidad de vida llegando a ser una necesidad, tales como la telefonía celular. Sin embargo, a pesar de desenvolvernos en un medio forjado por los avances científicos, el desconocimiento de la ciencia y su trayectoria pareciera permanecer como protagonista, presentándonos un nuevo desafío; hacer que la ciencia llegue a la sociedad, a las personas comunes y corrientes, que probablemente vean la ciencia como algo lejano y complejo.
Si bien el ejercicio de la ciencia, a través de la curiosidad, es un atributo inherente al ser humano, su desarrollo ha estado vinculado a grupos de élite desde sus inicios, instaurando de esta manera la imagen de los científicos y científicas como grupos herméticos de sabios y expertos. Hoy en día sucede que, a pesar de que se ha avanzado en la heterogeneidad de la comunidad científica, la divulgación de su trabajo continúa siendo escasa. Así, frecuentemente luego de investigar y usar el rigor científico para alcanzar resultados se busca dar a conocer el conocimiento generado a través de las publicaciones en revistas científicas, dejando los hallazgos en la misma burbuja hermética de antaño. Esto representa una de nuestras mayores barreras como científicos, ya que frecuentemente destacamos la importancia de comunicar la ciencia hacia la ciudadanía, pero no siempre contamos con herramientas que faciliten divulgar efectiva y certeramente nuestras labores cotidianas a la comunidad no experta.
¿Por qué es importante que la ciudadanía entienda cuando hablamos de ciencia? La respuesta a esta pregunta se encuentra al inicio de esta columna: porque la ciencia está presente en todos los ámbitos de nuestra vida y esta presencia irá incrementándose en el tiempo. Esto quiere decir que, como ciudadanos ciudadanas, necesitamos ser capaces de entender el lenguaje de la ciencia para poder tomar decisiones de manera consciente e informada: ¿Qué ropa comprar? ¿Con qué comida alimentarse? ¿Qué modos de generación de energía son los más adecuados para la localidad en la que vivimos? La respuesta a estas preguntas está a un clic de distancia, en internet y, sin embargo, muchos y muchas de nosotras no estamos en condiciones de descifrar lo que está detrás de esas páginas web, partiendo por ser capaces de discriminar qué es información y qué es desinformación.
Es aquí donde la tarea de nosotros, los y las científicas, debería tomar un rol preponderante: invitándonos a salir de nuestros laboratorios para comunicarnos, con la misma pasión que nos mueve a investigar, qué significa hacer ciencia y cómo se hace ciencia.
En esta labor, claramente pendiente pero que cobra fuerzas día a día, hay muchas rutas que explorar. Algunas de ellas son: fomentar la vinculación con la ciudadanía, permitiéndonos conocer intereses y necesidades sobre las cuales investigar, lo que orgánicamente atraerá curiosidad por conocer la labor científica. Fomentar la formación de científicos con habilidades en comunicación de la ciencia, lo que representa un punto clave a la hora de derribar la barrera comunicacional y, por último, trabajar, desde todos los frentes, por una ciudadanía empoderada, que sea capaz de hacerse preguntas y llegar a respuestas válidas, utilizando el conocimiento sobre cómo se hace y se interpreta la ciencia.