Es casi inevitable ponerse a pensar en lo que hemos experimentado al vivir una situación para la que no estábamos preparados y no es descabellado pensar que podríamos vernos en una situación similar en un futuro próximo.
En el contexto mundial, hasta el momento lo hemos hecho bien. Si comparamos con la pandemia que vivimos durante el 2009 (A(H1N1)) hemos actuado más rápido, aunque la comparación nos obliga a decir que la extensión y la severidad de la condición ha hecho que se destinen más recursos humanos y materiales para su control. En términos concretos, se ha doblado la velocidad de suministro de la vacuna a personas de países de escasos recursos, se ha cuadruplicado la cantidad de países que han logrado cobertura y se ha contado con siete veces el volumen de dosis disponible para ser inoculada. En adición, es importante mencionar que al menos dos de las vacunas disponibles fueron creadas usando estrategias nunca antes utilizadas, lo que es un gran paso en relación a la transferencia tecnológica.
A pesar de lo anterior, existen nudos críticos que debemos identificar e intervenir en orden de poder reaccionar de mejor manera en el futuro.
Uno de ellos está relacionado con la velocidad en la generación de una vacuna que sea efectiva en el control de una enfermedad. Considerando la situación actual, se obtuvo la primera vacuna a los 327 días de haberse declarado la pandemia, lo que dista bastante de los 100 días que han sido determinados como claves para evitar una propagación global.
Aun así, en caso de disponer de una cura, debemos proporcionar vacunas a la población más susceptible de manera oportuna, por lo que la priorización a nivel global es importante, pero a la vez debemos asegurar que ellas lleguen no solo al primer mundo, sino que alcancen de la misma forma a regiones remotas y/o países pobres. En relación a ello, se ha reportado que para los países más pobres de áfrica la vacuna estaría disponible recién el 2023.
Sumado a lo anterior, se hace muy importante descentralizar la ubicación de los centros productores de vacunas, los que, por el momento, se producen en el hemisferio norte. En relación a esto, desde ya hace algunas semanas se ha hablado de la instalación de uno de estos centros en el norte grande, lo que significa una importante oportunidad de desarrollo a nivel científico para nuestros país y para nuestro continente, y que posicionaría a nuestro país como un referente en este ámbito y podría facilitar la logística de su distribución a nivel continental.
En otra arista, si observamos el área de la educación, hay varias lecciones que aprender, pero también es importante verlas como posibilidades de desarrollo. Mucho se ha hablado de la educación bajo un modelo virtual y/o híbrido, desde donde podemos identificar “pros” y “contras”. Lo que es claro, es que hacia el inicio de esta pandemia ninguna institución de educación superior se encontraba preparada para afrontar la virtualidad.
Al día de hoy, debemos enfocarnos en inversión para responder a esta nueva realidad y en tener instaladas capacidades que nos permitan contar con un modelo de educación que se adapte mejor a estos nuevos requerimientos, que apunte hacia la calidad de la formación de nuestros y nuestras estudiantes, que nos permita desarrollar innovaciones en educación superior, pero que a la vez no esté enfocada solo en esta situación de pandemia, sino que responda a una amplia gama de realidades complejas que enfrentan nuestros estudiantes, como son el no contar con los medios o espacios para atender a la virtualidad, tener responsabilidades de cuidado parental/maternal o de adultos mayores y otras relacionadas con la conectividad asociada a la vida en un entorno rural, alejados de la ciudad o restricciones de acceso o conectividad producto de la temporada invernal. Todo lo anterior, para intentar entregar más y mayores oportunidades de desarrollo a nuestros estudiantes.
Aún tenemos mucho camino por recorrer y muchas lecciones por aprender, esperemos tener la oportunidad de poder poner en práctica lo aprendido.